Mientras tanto, se me ha ocurrido subir al blog un pequeño fragmento para presentaros un poco a los personajes, aunque este cachito es un pelín surrealista y no sé si os enteraréis de mucho... precisamente por eso lo he elegido :), para no dar demasiadas pistas pero para que conozcáis un poco (y os vayan sonando) el nombre de los protagonistas.
El contorno impreciso de una silueta humana aguardaba al fondo del largo y oscuro pasillo. Resplandecía en medio de la oscuridad, como si tuviera luz propia, y Erin podía ver a través de su transparencia y de sus difusas formas de mujer. Su cualidad inmaterial y aquellos luminosos ojos verdes que como dos faros en la noche la guiaban en el camino, la miraban fijamente y le pedían que no tuviera miedo. Entonces sus blanquísimos brazos se alzaron y Erin avanzó hacia ellos, sin temor ni dudas, movida por su afán de saber y de conocer. Levantó una mano y trató de tocarla pero, repentinamente, el escenario en el que se hallaba cambió bruscamente y se vio envuelta en otros brazos, éstos fuertes y robustos, acogedores y sólidos, los brazos de Neil Parrish. Había paredes de madera a su alrededor, y el fuego de una chimenea crepitaba en un rincón, y Neil le decía que no preocupara por nada, que él estaba a su lado para protegerla y amarla. Pero su voz sonaba diferente, era una voz áspera y rígida la que le hablaba, era la voz de su padre. Erin alzó la cabeza hacia Neil y le miró con los ojos prendidos de confusión y, de repente, el rostro amable del hombre se transformó paulatinamente en el semblante severo de Wayne Mathews. Ya no la abrazaba, la miraba con ira e infinita inquina. Ahora estaba en su despacho, con una caja de cartón sobre la mesa en la que guardaba objetos que recogía de su mesa. Su padre señalaba la puerta con el brazo extendido y le pedía que se marchara y que nunca más volviera. Los ojos se le salían de las órbitas. Erin agachaba la cabeza, con la caja apretada contra el pecho agitado, y recorría el camino hacia la salida con las rodillas temblando a cada paso que daba. En el ascensor Alice le tendía la mano, y sus dedos cálidos y amorosos se cerraban en torno a los suyos. Su hermana también cargaba con una caja de cartón de la que asomaba un cuadro plateado que enmarcaba una fotografía muy hermosa de ambas. Pero cuando el recorrido del ascensor llegó a su fin, los dedos de Alice se desprendieron de los suyos y, de repente, ella ya no estaba a su lado, había desaparecido entre la afluencia de gente que transitaba por el vestíbulo de la torre Sears.
Con la caja pegada a su cuerpo, Erin corría sin aliento y se hacía paso entre todas aquellas personas desconocidas buscando a Alice sin encontrarla, atrapada en un terror atroz propio de una pesadilla. Halló el retrato de Alice roto a sus pies, con los vidrios punzantes teñidos de sangre y desparramados por el suelo. Los ojos se le cubrieron de lágrimas y todo se cubrió de tinieblas.
Jadeos. Un cuerpo grande y desnudo, hermoso como el de un Dios, oscilaba suavemente sobre el de ella y, bajo el suyo, una superficie blanda y mullida les acogía. Erin alzaba las caderas buscando las suyas, implorante y deseosa, aturdida por la intensidad de su gozo y por el placer que él le proporcionaba. Susurró su nombre en las tinieblas. Neil. Unos labios masculinos descendieron y la besaron y su lengua tocó la suya. Entre sus dedos femeninos quedaron atrapados mechones de sus largos cabellos, más dorados que negros, y unos ojos azules la miraron burlones e hirientes, pero nublados de pasión. No era Neil Parrish quien le hacía el amor. El hombre que fundía sus entrañas y le ofrecía el placer más intenso y desgarrador que hubiera sentido jamás, era Jesse Gardner.
Aturdida por su descubrimiento abrió los labios, pero Gardner se tragó su protesta aplastándolos con los suyos. Y luego saltó al vacío aferrada a él, en una espiral que les engulló y les hizo girar y girar, una y otra vez.Erin dio un respingo y sus párpados se abrieron a la claridad del día.
Con la caja pegada a su cuerpo, Erin corría sin aliento y se hacía paso entre todas aquellas personas desconocidas buscando a Alice sin encontrarla, atrapada en un terror atroz propio de una pesadilla. Halló el retrato de Alice roto a sus pies, con los vidrios punzantes teñidos de sangre y desparramados por el suelo. Los ojos se le cubrieron de lágrimas y todo se cubrió de tinieblas.
Jadeos. Un cuerpo grande y desnudo, hermoso como el de un Dios, oscilaba suavemente sobre el de ella y, bajo el suyo, una superficie blanda y mullida les acogía. Erin alzaba las caderas buscando las suyas, implorante y deseosa, aturdida por la intensidad de su gozo y por el placer que él le proporcionaba. Susurró su nombre en las tinieblas. Neil. Unos labios masculinos descendieron y la besaron y su lengua tocó la suya. Entre sus dedos femeninos quedaron atrapados mechones de sus largos cabellos, más dorados que negros, y unos ojos azules la miraron burlones e hirientes, pero nublados de pasión. No era Neil Parrish quien le hacía el amor. El hombre que fundía sus entrañas y le ofrecía el placer más intenso y desgarrador que hubiera sentido jamás, era Jesse Gardner.
Aturdida por su descubrimiento abrió los labios, pero Gardner se tragó su protesta aplastándolos con los suyos. Y luego saltó al vacío aferrada a él, en una espiral que les engulló y les hizo girar y girar, una y otra vez.Erin dio un respingo y sus párpados se abrieron a la claridad del día.
Senderos©MarCarrión2010