Este es un trabajo que nos pidieron hace unos días en el curso de escritura creativa que estoy haciendo. Teníamos que observar a una o a dos personas desconocidas en el interior de una cafetería, e imaginar de qué podían estar hablando o qué relación podía unirles con el simple hecho de observarles. Yo me inventé mi trabajo porque estaba liada y no tenía tiempo de pasarme por ninguna cafetería a mirar al personal (jaja), así que me lo inventé todo. Por las características físicas, ¿os imagináis quiénes pueden ser los protas del relato? Es una chorradilla, pero me hacía ilusión compartirlo.
La cafetería a la que
acostumbro a ir algunas tardes de invierno, cuando finalizo la jornada laboral
pero todavía es pronto para regresar a casa, es un lugar cálido y acogedor que
invita a reflexionar sobre cómo me ha ido el día. Por regla general, tomo asiento
en el mismo rincón de siempre, me pido un cortado descafeinado de sobre y me dedico a pasar distraídamente las hojas
del primer periódico que encuentro a mi alcance.
Esa tarde, sin embargo, el periódico no capta mi interés, y
tampoco soy capaz de evadirme en mis propios asuntos, pues hay una pareja
sentada frente a la barra de bar que atrae mi mirada por alguna razón que se me
escapa. Intento devolver mi atención a las aburridas páginas que he desplegado
sobre la mesa, pues no quiero que se percaten de que les observo y que puedan
pensar que soy una indiscreta, pero siento que no puedo evitar hacerlo.
Los dos son muy atractivos. Él es alto y moreno, se adivina
atlético bajo la chaqueta de cuero. Ella es rubia, con el cabello largo que cae
en cascada sobre su espalda delgada, y va vestida con ropas elegantes de
colores fríos, tan fríos como los ojos azules que poseen una mirada
atormentada. Lo que más me llama la atención es que ambos guardan las
distancias. El lenguaje corporal es comedido y correcto, como si fueran un par
de desconocidos que se han reunido allí por circunstancias que sólo ellos dos
conocen. Sin embargo, aunque entre ellos no percibo signos de confianza, ni si
quiera una actitud amistosa, sí que es palpable que sus miradas están cargadas
de cierta complicidad.
La algarabía de voces que escucho a mí alrededor me impide
entender ni una sola palabra de lo que están diciendo, pero me da la impresión
de que están tratando un tema importante. Ella suele meterse reiteradamente el
cabello detrás de la oreja a la vez que balancea un pie, transmitiendo
inquietud y una perceptible actitud de derrota. Por el contrario, él la mira de
manera penetrante y se dirige a ella proyectando seguridad y aplomo, como si
quisiera convencerla de algo. Poco a poco, la actitud del hombre adquiere una
especie de aura protectora, y es entonces cuando comienzo a sacar mis propias
conclusiones.
Probablemente, me equivoque en mis apreciaciones, pero cuanto
más les miro más me convenzo de que ella tiene problemas y de que él está
tratando de ayudarla. Por su aspecto fuerte e irrompible, seguro que desempeña
alguna profesión de riesgo, como policía o algo por el estilo. Ella, por el
contrario, irradia fragilidad por los cuatro costados, pero tampoco se muestra
dispuesta a que la consuelen, pues aparta la mano cuando él intenta atraparla
con la suya. Me doy cuenta de que ninguno de los dos lleva alianzas. No están
casados, ni siquiera comprometidos, y aunque ese detalle no tiene un
significado especial, me da la sensación de que son dos personas solitarias. La
verdad es que no sabría explicar qué aspecto debe tener una persona para
calificarla de solitaria, pero aquellos dos lo parecen.
A continuación, ella se levanta del taburete donde ha
permanecido sentada al tiempo que la música ambiental cesa, lo cuál facilita
que lleguen a mis oídos sus palabras de despedida. La joven murmura un escueto
gracias, y él asiente al tiempo que le dice que le llame si le necesita. De
todos modos, se palpa en sus rostros insatisfechos, que ninguno de los dos ha
quedado convencido con el contenido de la breve reunión. Primero se marcha ella
y, al cabo de cinco minutos, es él quien abandona la cafetería.
Me pregunto si volveré a verlos. Me he quedado tan intrigada
que ni siquiera he hecho caso a mi taza de café, la cuál se ha quedado fría
sobre la mesa.
4 comentarios:
Joer como me gusta la mar !!!
Pues para habértelo inventado del todo y no haber ido a ninguna cafetería para "documentarte" está muy, pero que muy bien. ¡Muy buen trabajo!
¡Qué lastima que lo hayas inventado Mar! Me he quedado con tantas dudas, con tantas ganas de saber qué les pasaba, que yo misma habría ido a esa cafetería para intentar averiguar el final de la historia. Estupendo, como todos tus relatos :D
Cucha, que ya que te los has inventado... ¿podrías "llamarles" y preguntarles qué pasaba? Jo... que me he quedado con la intriga...
Publicar un comentario